viernes, 27 de septiembre de 2013

FIN DEL TEMA


TEMA 1. LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN





La coronación de Napoleón


La coronación de Napoleón.


 
 
 
A comienzos de 1804 Napoleón Bonaparte es primer Cónsul de la república francesa y ha conseguido además que su magistratura posea carácter vitalicio. Ocupa por tanto el lugar central en el entramado político del país, desde el cual lleva a cabo importantes reformas en todos los ámbitos de la vida nacional. Situado en la cima de su poder, decide dar continuidad al régimen que dirige, transformándolo al mismo tiempo en una monarquía hereditaria. Esta fue la forma en la que, de un día para otro, en el mes de mayo de dicho año la Francia republicana se despertó transformada en Imperio napoleónico. Faltaba hacer visible esta profunda transformación de las estructuras políticas francesas y para ello se diseñó una pomposa ceremonia de coronación del nuevo emperador y su esposa, Josefina, que se llevó a cabo en la catedral de Notre Dame de París el 2 de diciembre de 1804.

La citada ceremonia es el motivo de este gigantesco lienzo que comentamos, "la coronación de Napoleón y su esposa Josefina", realizado por Jacques Louis David como consecuencia de un encargo del mismísimo emperador, a quien le unía una antigua relación con este pintor que a esas alturas era ya algo así como el cronista oficial del régimen napoleónico. Aunque el encargo fue probablemente realizado antes de que la misma ceremonia tuviese lugar, el artista no se puso a la tarea hasta pasado más de un año del acontecimiento y las grandes dimensiones del lienzo (casi diez metros de ancho por más de seis de alto) explican que su entrega se retrasase casi dos años más.

La frase del propio emperador: "David, te rindo homenaje" es demostrativa de que la espera mereció la pena. El pintor no se limitó a recoger la ceremonia propiamente dicha, sino que nos ofrece en la obra un verdadero retrato de la Francia imperial, concebido dentro de los cánones de la pintura neoclásica, en el que se integran más de doscientos retratos individuales, aunque sea un objeto de pequeño tamaño (la corona que Napoleón se apresta a colocar sobre la cabeza de Josefina) el que ocupa el lugar central de la representación, hacia el que se dirige casi de manera automática nuestra mirada.

Una vez que nuestra vista se aparta de esa corona podemos reparar en el elenco de diversos grupos que nos ofrece David: a la izquierda la familia del emperador, que se prolonga en la figura arrodillada de Josefina y en la verticalidad del mismo Napoleón, alzando la corona. Tras él se encuentra el pontífice Pío VII, invitado como testigo especial a la ceremonia, rodeado por numerosos eclesiásticos. Algo más al fondo, un grupo de embajadores y representantes de otros países y, en primer plano a nuestra derecha, algunos de los más importantes dignatarios de la administración napoleónica. Por último, en un plano superior enmarcado mediante vanos de medio punto, encontramos dos tribunas en las que otros personajes se sitúan a distintos niveles, en gradas. En la que está al centro localizamos el retrato del propio pintor, a quien acompañan familiares, amigos y colegas de profesión.

Todo quedó recogido en este cuadro, bajo la atenta mirada del pintor. La Francia napoleónica que se apresta a iniciar las guerras de ampliación del nuevo imperio, lo que llevará a su final diez años más tarde, posa solemne en este cuadro. Aún hubo tiempo para la anécdota. En esa tribuna que acabamos de describir, bajo el grupo que acompaña a David, figura en lugar preeminente María Letizia Ramolino, madre del emperador quien, en realidad, no asistió a la ceremonia. Pero, ¿cómo no iba a quedar representada en un cuadro consagrado por completo a narrar la gloria de su propio hijo? A veces el Arte miente. De nuevo, imita a la vida.



Los actores

 

Los protagonistas de la escena.
  1. Napoleón I (1769-1821) está de pie; el es el único protagonista de la escena, los otros no son más que espectadores pasivos.
  2. Josefina de Beauharnais (1763-1814): se arrodilla, en posición de sumisión, como preconiza el Código civil francés. Recibe la corona de las manos de su marido, no del papa.
  3. Maria Letizia Ramolino (1750-1836), madre de Napoleón, ha sido colocada en las tribunas por el pintor. Ocupa un lugar más importante que el papa. Realmente, no asistió a la ceremonia para protestar por la desavenencia de Napoleón con su hermano Luciano. El padre de Napoleón, Carlo Buonaparte murió en 1785. Maria Letizia pidió al pintor que le asignara un lugar de honor. En 1808, cuando Napoleón descubrió la tela acabada en el taller de David, quedó arrebatado, y ofreció toda su gratitud al pintor que había sabido rendir homenaje para la posteridad al afecto que profesaba a una mujer que compartía con él la carga de su función.
  4. Luis Bonaparte, (1778-1846); al principio del imperio, recibió el título de gran condestable. Rey de Holanda en 1806. Se casó con Hortensia de Beauharnais, la hija de Josefina.
  5. José Bonaparte (1768-1844) : tras la coronación, recibió el título de príncipe imperial. Luego fue rey de Nápoles en 1806 y de España en 1808.
  6. El joven Napoleón-Carlos (1802-1807), hijo de Luis Bonaparte y de Hortensia de Beauharnais.
  7. Las hermanas de Napoleón
  8. Charles-François Lebrun (1739-1824) : tercer cónsul junto a Napoleón Bonaparte y Cambacérès (1799-1804). Bajo el Primer Imperio, ocupa el lugar príncipe-architesorero. Tiene el cetro.
  9. Jean-Jacques-Régis de Cambacérès (1753-1824) : príncipe-archicanciller del Imperio. Tiene la mano de justicia.
  10. Louis-Alexandre Berthier (1753-1815) : Ministro de la Guerra bajo el Consulado, luego mariscal de Imperio en 1805. Tiene el orbe (globo con la cruz).
  11. Talleyrand (1754-1836) : gran chambelán desde el 11 de julio de 1804.
  12. Joaquín Murat (1767-1815) : mariscal de imperio, rey de Nápoles después 1808, cuñado de Napoleón y esposo de Carolina Bonaparte.
  13. El papa Pío VII (1742-1823), se limita a bendecir la coronación. Se rodea por los dignatarios eclesiásticos, nombrados por Napoleón desde el Concordato. Con el fin de no comprometer el nuevo equilibrio entre la Iglesia y el Estado, el papa aceptó bien que mal asistir a la coronación, lo que David representa claramente en el cuadro: se reconoce a algunos obispos con sus mitras y, en el primer plano, al arzobispo de París llevando una cruz en la mano. Pío VII es apenas visible, sentado detrás de Napoleón, su mano derecha en un gesto de bendición. No lleva ni mitra ni tiara, sino el pallium sobre los hombros, esta banda de lana blanca bordada de seis cruces negras que era uno de los atributos de la soberanía de los metropolitanos de la Iglesia romana. Gracias a eso se le identifica. Antes de la ceremonia, el papa bendijo a la pareja imperial después de haber esperado dos horas en el edificio helado: el emperador quería absolutamente hacer comprender al Soberano Pontífice que estaba a sus órdenes en adelante. Napoleón tuvo no obstante que hacer concesiones, o al menos velar porque su función, por imposible que eso pareciera, fuese compatible con los ideales de 1789. La ceremonia de la coronación se desarrolló pues en dos tiempos, uno religioso, el otro republicano. Por ello después de haber puesto la corona, Napoleón prestó el juramento constitucional: « Je jure de maintenir l’intégrité du territoire de la République » (Juro mantener la integridad del territorio de la República). Napoleón, emperador por la gracia de Dios y de la constitución de la República.
  14. El pintor Jacques-Louis David se encuentra en las tribunas.

NAPOLEÓN BONAPARTE

 

NAPOLEÓN BONAPARTE

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napoleón -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.
Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.
Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.
Juventud revolucionaria
A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.

Un joven Napoleón Bonaparte
Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.
En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.
Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.
Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.
Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.
Militar exitoso
Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.
Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.
El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.
Primer Cónsul
En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.
 



Napoleón, Primer Cónsul
Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.
Napoleón, Emperador
La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.



Napoleón coronado emperador
La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.
Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.
La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.
A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.

Napoleón con sus hijos
Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.
El ocaso
El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.
El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.
La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.
La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.
Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.
Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.
 

La Europa Napoleónica


5.-LA EUROPA NAPOLEÓNICA.

·         1795 a 1815.

·         Napoleón Bonaparte, emperador de Francia. Ocupa militarmente muchos estados.

·         Se crean nuevos Estados y se transformó la sociedad de gran parte de Europa.

 

5.1.- EL DIRECTORIO Y EL ASCENSO DE NAPOLEÓN.

El Directorio 1795/1799 tiene que hacer frente a:

o   El retorno de la república jacobina

o   La reimplantación del Antiguo Régimen.

Era necesario defender las conquistas de la revolución y estabilizar y dirigir el nuevo Estado francés.

Napoleón: Joven general y hábil político.

o   Conquista el N de Italia

o   Impuso a Austria la Paz de Campofornio  (Bélgica queda en manos de Francia)

o   Llevo a cabo la campaña de Egipto, retorna a Francia como un héroe

o   Se apoya en los sectores moderados del Directorio: tanto para organizar la guerra y controlar la situación interna del país.

·         Golpe de Estado: 18/11 1799, mes Brumario

o   Consulado de tres miembros: Bonaparte 1º cónsul.

o   Nueva Constitución año VIII 1799: votan todos los ciudadanos

o   Gobierno con iniciativa legislativa: propone proyectos de ley

o   Es una dictadura “disfrazada”

·         1802: Bonaparte cónsul vitalicio tras un plebiscito. (éxito de Napoleón tanto en militar como política)

o   Constitución año X 1802: el gobierno de la Republica pasa a ser un Imperio.

o   Napoleón se corona emperador el 2 de dic. de 1804 en Notre Dame en presencia del Papa

 

5.2.- LAS REFORMAS INTERNAS

 

·         Creación del ministerio del interior para restablecer el orden publico

·         Organiza la policía secreta

·         Centraliza la administración

·         Realiza una gran reforma fiscal, toda la ciudadanía pagará impuestos

·         Se firma un Concordato con la Santa Sede

·         Se reforma el sistema educativa, que se extiende a toda la población

·         Se promulga el nuevo Código Civil (recoge las peticiones de la burguesía)

·         Las instituciones francesas se aplicaron en los estados vasallos o aliados.

o   Sus constituciones se basaron en la de 1795: monarquías limitadas, separación de poderes, sufragio censitario.

·         La sociedad estamental se abolió en toda Europa

 

5.3.- LA GUERRA EN EUROPA

 

·         Se desarrollan entre 1792 a 1815. Francia será abanderado de la revolución. Los ejércitos napoleónicos liberan a Europa del Antiguo Régimen.

·         El éxito del ejército napoleónico se debe a que los ejércitos contrarios estaban atrasados.

·         Napoleón se ganó las simpatías de los pueblos europeos lo que supuso una forma de difundir las ideas de libertad, igualdad y fraternidad.

·         La lista de victorias militares napoleónicas es larga

·         Destaca el conflicto con Gran Bretaña (de carácter económico). La pugna era tanto por el comercio atlántico y colonial como el predominio comercial europeo. Napoleón decreta el bloqueo continental contra Gran Bretaña.

 

5.4.- LAS FRONTERAS DEL IMPERIO

En 1812 Napoleón ocupaba en Europa desde Andalucía a Moscú y del Báltico hasta el Mediterráneo oriental. Esta empresa  militar se apoya en una organización política brillante.

La Europa napoleónica está formada por:

o   Sistema de estados vasallos, administrados por hermanos y parientes.

§  Bélgica y Holanda habían sido anexionadas y gobernadas por Luis Bonaparte.

§  El llamado reino de Westfalia por Jerónimo Bonaparte.

§  Parte de Italia de pende de la admón. imperial: Piamonte, Liguria, Toscana y Roma.

§  Norte de Italia gobernado por un virrey

§  Reino vasallo de Nápoles, gobernado por Murat, casado con una hermana de Napoleón

§  Corona española en su hermano José

§  16 estados alemanes: Confederación del Rin, Napoleón actúa de protector

§   Trono de Suecia ocupado por el general Bernardotte

o   Sistema de estados aliados, a los que se había impuesto la paz.

§  Tratado de Tilsit con Rusia

§  Tratado de Viena con Austria.

·         Solo Gran Bretaña  se escapa de este mosaico.

 

5.5.- EUROPA CONTRA NAPOLEÓN

 

La etapa napoleónica es un intento por extender los ideales de libertad y progreso por Europa. A este progreso se oponen los defensores del Antiguo Régimen y la gran variedad de identidades culturales que hay en Europa

El sistema napoleónico pone fin al feudalismo, da libertad a las actividades económicas, a la libre circulación de bienes y al pleno derecho a la propiedad privada.

o   En las zonas donde el sistema feudal era débil, Napoleón se impuso sin problemas.

o   Encontró más resistencia en Francia y Rusia y supuso un mayor esfuerzo militar.  En estas naciones empezó el principio del fin de Napoleón.

§  En España la batalla de Bailén con ayuda británica y la guerra de guerrillas.

§  En Rusia debido al clima, la campaña fue desastrosa.

En 1813 en la Batalla de las Naciones los ejércitos aliados acaban con el Imperio Napoleónico. Napoleón será recluido en la isla de Elba. Vuelve al poder en el llamado Imperio de los diez días, siendo derrotado definitivamente en Waterloo. Será deportado en Santa Elena. Fallece el 5 de mayo de 1821.

 

 

 

 

MAXIMILIEN DE ROBESPIERRE


Maximilien de Robespierre
(Arras, Francia, 1758-París, 1794)

 


 

Político y revolucionario francés. Primogénito de un abogado, quedó huérfano de madre a los nueve años. Poco después, su padre emigró a América, dejándolo al cuidado de unos parientes, junto a sus otros tres hermanos. Protegido por el obispo de su ciudad, estudió con una beca en el colegio Luis el Grande, donde tuvo como condiscípulos a Desmoulins y Fréron. Tras graduarse en derecho en París, en 1781 regresó a Arras, donde ejerció la abogacía. Afín a las ideas liberales y al pensamiento de Rousseau, criticó el sistema judicial y el absolutismo monárquico y abogó por los principios de libertad, igualdad y fraternidad. En abril de 1789 fue elegido diputado por el tercer estado de Artois en los Estados Generales y, venciendo su timidez, se reveló en la Asamblea como un elocuente y fogoso orador. Defendió la concesión de los derechos políticos a todos los ciudadanos, el sufragio universal y directo, las libertades de prensa y reunión, la educación gratuita y obligatoria y la abolición de la esclavitud y de la pena de muerte. Su fama de hombre íntegro y de costumbres austeras le ganó el favor de las gentes, que comenzaron a llamarlo el Incorruptible. Durante el período legislativo afirmó su ascendencia en el Club de los Jacobinos, si bien su oposición a la guerra, por considerar que favorecía a la causa contrarrevolucionaria, lo enfrentó a los girondinos. Tras la insurrección de la Comuna en 1792, fue elegido miembro de la misma y desde ella promovió la sustitución de la Legislativa por la Convención, constituida finalmente el 20 de septiembre. Elegido diputado por París y convertido en uno de los principales dirigentes del partido de la Montaña, utilizó su tribuna para atacar a los girondinos y buscar su exclusión de la Convención, sobre todo después de la traición del general Dumouriez. Conforme se aceleraba el curso de la Revolución, defendió al Comité de Salvación Pública, del cual entró a formar parte en julio de 1793, y la institución de una dictadura para lograr la unidad de la República ante sus enemigos tanto extranjeros como interiores, así como también para afrontar la falta de recursos.
Convencido de que el orden constitucional, al que aspiraba la Revolución, era distinto del orden revolucionario que debía llevar a él, instituyó el terror como mecanismo para construir una sociedad transparente y sana. Con este propósito eliminó a los «radicales» (hebertistas) y girondinos en marzo de 1794, con el apoyo de Marat y Danton, y en abril, a los «indulgentes», entre ellos el propio Danton, aunque no sin vacilaciones. Acumuló entonces todo el poder en sus manos, junto con Couthon y Saint-Just; en marzo, intentó una redistribución de las riquezas (decretos de Ventose) y trató de restaurar la religión como pilar del Estado y de la moral, para lo que estableció el culto al Ser Supremo, cuyo apogeo fue la fiesta del Ser Supremo, celebrada el 8 de junio. Ese mismo mes llevó todavía más lejos la represión, suprimió las últimas garantías procesales que les quedaban a los acusados e incluso amenazó la inmunidad de los diputados, lo cual le sustrajo sus principales apoyos, incluido el popular, muy afectado por las medidas económicas. Su posición y la del grupo que lo alentaba se convirtió en insostenible a partir del momento en que la situación militar de la República se consolidó, gracias a la victoria de Fleurus (26 de junio). Una alianza de opositores, entre ellos Carnot, Fouché, Tallien, Fréron y Billaud-Varenne, logró el control de la Convención, que ordenó su detención y la de sus más próximos partidarios. La sublevación de la Comuna en su favor no impidió su arresto –tras un fallido intento de suicidio de un pistoletazo– y su posterior ejecución en la guillotina el 28 de julio, 10 de Termidor, junto a Couthon y Saint-Just.
Citas:
«Toda institución que no suponga que el pueblo es bueno y el magistrado corruptible, es viciosa.»